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When the shadows take shape.

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Mensaje por Anneli D. Zolezzi Miér Oct 24, 2012 8:37 pm

WHEN THE SHADOWS TAKE SHAPE.
Londres; 18:15 p.m;
Märlo & Anneli

La oscuridad se desplegaba como un manto profundo, solo interrumpida por las luces titilantes que flotaban tímidamente en las estrechas callejuelas de Londres. Sin previo aviso, la noche había descendido sobre Anneli, atrapada en el vórtice de sus ocupaciones laborales. Sus parpadeos eran como suspiros ante la sombra que se había tejido sin aviso. En las calles nocturnas, experimentaba un cosquilleo inquietante en la nuca, y se giraba repetidamente, como si aguardara que alguien, un fantasma de la oscuridad, se materializara tras ella. Entre sus pensamientos se filtraba la idea de que la noche la volvía una paranoica consumada. Pero en lo profundo de su ser, sabía que su realidad estaba marcada por figuras acechantes, personas que podrían ocultarse en las sombras, esperando pacientemente a que tropezara en su camino.

Sus pasos resonaban como latidos rápidos y apenas audibles, mientras el rumor distante de las calles principales de la gran urbe flotaba en el aire. Pero ella prefería los callejones en brumas, como si encontrara un refugio en la penumbra de la noche. Para cualquier observador, parecería más lógico moverse a la luz, pero lo que se avecinaba y con quién se encontraría, solo concernía a sus pensamientos. Se sumergía en la cautela, ocultándose de miradas indiscretas. Sabía que en su fragilidad había un mundo en juego, un mundo que se cernía al borde del abismo en medio de una tormenta anunciada. Comprendía, con un sentimiento de desprecio, su necesidad de confiar en algo tan volátil. Una dependencia que la hacía estremecer, como un relámpago de rechazo ante sus propias cadenas.

Mientras caminaba, chasqueó su lengua, pues en ese mismo momento se había percatado de cuan cara era la vida, tan cara como ella. Antes, a los 12 años jamás hubiera pensado que la vida que se daba ahora pudiera llegar y tenía el mérito de que ella sola  había llegado hasta la cúspide en la que se encontraba, pero era inconforme, eso no le resultaba para nada suficiente….quería más  y no era un mal precepto, siempre era mejor más, siempre estaba bien el no conformarse. Esa había sido su filosofía desde que contrajó matrimonio con el viejo Gallager, filosofía muy provechos, pero que lamentablemente le había ido dejando enemigos por doquier, obligándole a tomar medidas extremas, justo como las que llevaba a cabo ahora.

Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor, deslizando su clara mirada por la calle que tenía que atravesar asegurándose que no había nadie en la cercanías y  al confirmarlo se escurrió por ella hasta terminar en el otro callejón. De uno a otro, con rapidez y sin detenerse hasta que sintió una vez más el cosquilleo que había comenzado a sentir cada vez con más intensidad desde que estaba en Inglaterra. Frunció el ceño por un momento, alzó el rostro, buscó, pero no encontró nada. Nada al menos que pudiera ser identificado. Apretó por un momento la larga falda que se movía a su alrededor con facilidad, debió venir acompañada de alguien, pero no, tuvo que callarselo, su orgullo no le permitió comentarlo, pues como pocas veces temió llegar a fracasar. —Cálmate, no hay nadie ahí detrás…— susurró para sí, dando un par de pasos que la introducían de forma directa en el callejón. ¿Que resultaría de todo esto?, impreciso... pero en el fondo deseaba que fuera lo mejor.
Anneli D. Zolezzi
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Mensaje por Marlö Lindström Miér Oct 24, 2012 10:09 pm

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The word of man is the most durable of all material.
Arthur Schopenhauer

Ah Londres… Cultura, moda, historia, arte. Pequeño ombligo de Europa.

Idioteces.

Joder como dijo Groucho Marx: «Me voy porque el clima es demasiado bueno. Odio Londres cuando no está lloviendo.» Más ironía no es posible. Aunque a Marx le faltó agregar “cuando no está nevando”. Hacía un frío endemoniado en la capital inglesa, inclusive para un sueco como yo. Las calles eran intransitables para los coches y había poca gente en las avenidas. Todo a causa de una ventisca que ya había llenado de copos de nieve mi cabello otrora naranja y adormecido mayor parte de mi rostro. En esos momentos lo único que me hacía continuar era un buen cigarrillo. Mis manos estaban hundidas entre mis bolsillos recubiertas por unos guantes grises. Me costaba trabajo –demasiada voluntad- sacar el cigarrillo y el encendedor pero el sabor del tabaco contaminando mi cuerpo fue gratificante. Las callejuelas de Londres no eran como en las películas. Había visto más de una vez drogadictos y vándalos rondando indistintamente por las calles. La iluminación era precaria en esa área pobre por lo que junto con la tormenta de nieve era imposible distinguir más allá de dos metros. Pero si transitaba por esos rumbos era porque quería evitar algún infructuoso encuentro con la justicia londinense.

Moví mi cigarrillo de arriba a abaja, frunciendo mis labios. Qué mierda era eso que veía a la lejanía. Se trataba de un rostro excedente en pecas con mirada verdusca y cabellos pelirrojos. ¡Qué mierda hacía en un poster! Apreté mi paso acelerado aunque en mi rostro apenas y se había turbado mi mirar con un brillo de sorpresa, fuera de eso mantenía mi ecuanimidad. Llegué hasta la pared en donde estaba dicho cartel con la insignia: «Anders Hansen. Se busca. Recompensa.» Todas esas líneas en rojo junto con el emblema londinense del departamento de policías. -¡Joder! Desde cuándo un maldito pueblo tiene comunicación con las capitales-murmuré malhumorado pero todo en un tono de voz audible tan sólo para mí. Aunque en realidad toda la documentación de Anders Hansen era falsa –producto de mis años de pérdida de identidad y amensia- mi rostro era el mismo. Recordé de inmediato las palabras de Stan: «Jamás, y te lo repito, jamás regreses a Gotemburgo. No te queda nada ahí más que deudas por saldar» Su voz áspera resonó internamente en mi mente.

Golpeé la pared con mi puño. No me dolió, joder mi mano también estaba adormecida por el frío. No toqué el poster, mi estancia en Gran Bretaña debía de pasar más que nunca desapercibida. Había llegado hace tres días para hacer negocios en Devon y sólo me quedaba un trato por cerrar; el más importante. Cerré mi gabardina negra y tomé mi bufanda grisácea para envolverla hasta la mitad de mi cara, sólo dejando ver mis ojos. Ese mismo día regresaba a Helsinki, tomaría cartas en el asunto y me aseguraría que mi imagen no corriera peligro. Avancé con mayor cautela; Londres jamás me había parecido más nostálgico, misterioso y peligroso. Observé mi reloj, iba retrasado diez minutos. Le di otra calada a mi cigarrillo.

Finalmente después de enredarme e introducirme en la profundidad de los barrios de peor reputación de Londres llegué al callejón acordado. Pude reconocer a la muchacha. Realmente era la única persona ahí y su cabellera me era fácil de identificar. Mis pasos eran calmados aunque sigilosos. Terminé estando a espaldas de Anneli. Me bajé varios centímetros la bufanda dejando libres mis labios. –No es recomendable quedarnos aquí-hablé por primera vez. Escuché el eco de mi voz en el callejón, era grave, masculina y con un toque ¿misterioso?

Pasé mi mano aún con el guante sobre mis cabellos para quitarme algo de la escarcha. Repetí el proceso sobre mi cara quitándome la nieve que hacía que mi rostro empalideciera. Después me quedé en aquella posición. Mi postura denotaba suma seguridad y mirada era vivaz escrutando los alrededores de aquel oscuro callejón iluminado tan solo por un lejano poste de luz amarillenta. Estando en las entrañas de la negrura sentía que era parte de todo lo impuro, malvado y distorsionado no sólo de la ciudad pero de la naturaleza humana. Me sentía tan familiarizado que resultaba insano. Pero no me condenaría, todos los hombres tenían sus demonios; sólo que yo soy mi propio demonio.
Marlö Lindström
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Proxenetas

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